miércoles, octubre 21, 2009

 

Palabra y voluntad, una interpelación a nuestros candidatos presidenciales

Intentar hacer una mirada que vaya más allá de lo obvio en estas elecciones es casi como tratar de leer un palimpsesto. Escudriñar tras el texto para ver el otro texto oculto que pasa desapercibido en la primera ojeada, y poder dar cuenta del movimiento invisible de ese otro discurso que, lenta pero cada vez más urgente, comienza a instalarse en la agenda grande de nuestro país.

Tres de los 4 candidatos presidenciales han afirmado que Chile necesita de una nueva Constitución política. Énfasis más énfasis menos, tenemos que al menos el 66% de respaldo a las candidaturas de Eduardo Frei, Jorge Arrate y Marco Enríquez-Ominami en las encuestas expresan una coincidencia en torno a esta propuesta. Este fenómeno es nuevo en Chile, nunca antes todas las expresiones no derechistas habían coincidido en la urgencia que tiene nuestro país en disponer de una Constitución democrática que supere la herencia nefasta de la dictadura de Pinochet.

Chile es un país atrapado en una camisa de fuerza institucional, en donde un marco jurídico legal ha impuesto un sistema de exclusión político y social sin precedentes en nuestra historia. El sistema electoral binominal, el Tribunal Constitucional y los quórum calificados que requiere el parlamento para modificar la actual Constitución son los responsables del actual deterioro de la política, de la perdida de credibilidad en las instituciones del Estado y de la exclusión y autoexclusión de cerca de 4 millones de chilenos y chilenas que, elección tras elección, se restan de participar porque el sistema no dispone de la condición mínima para poder realizar cambios significativos en el país, esto es que la mayorías se expresen y decidan los destinos de Chile. El efecto es que el parlamento y al mismo tiempo el gobierno son incapaces de ejercer poder, poder democrático y de mayorías.

Dejando de lado las veleidades de estas elecciones, el debate frívolo de las futuras primeras damas y el festival de encuestas que los medios de comunicación utilizan para tratar de determinar nuestras opciones de voto, y estirando la mirada para ver ese otro relato, agudizando el oído para escuchar ese otro discurso, es que quiero plantear una interrogante a quienes han levantado la necesidad de una nueva Constitución y al mismo tiempo aportar a esta iniciativa desde una reflexión que muchos hemos venido haciendo y que en poco lugares he visto expresarse.

Si la actual Constitución del 80 tiene mecanismos que hacen inviable una reforma sin tener que consensuar con la derecha, ¿cómo pretenden los candidatos presidenciales que abogan por una nueva Constitución realizar tal iniciativa? Y lo pregunto sin ánimo de ironizar, sino buscando explicitar muy seriamente el cómo se hace una cosa así.


Ciertamente las respuestas irán en torno a convocar una Asamblea Constituyente o generar algún mecanismo de acuerdo entre el gobierno y el parlamento. Sin embargo una cosa es desear que algo así ocurra y otra es que eso sea viable, es decir, que la respuesta sea verosímil al menos para la realidad de Chile. Y esto lo digo porque no basta con llegar a la Moneda y decir que se convoca a una Asamblea Constituyente, y tampoco basta con anunciar el deseo de una reforma radical a la Constitución sobre la base de un acuerdo que está a priori binominalizado, y en donde la derecha conserva el derecho a veto por la sobrerrepresentación que obtiene del binominal.

Claro es también que el actual pacto contra la exclusión entre el Juntos Podemos Más y la Concertación no va a ser capaz, por exitoso que pueda llegar ser, de alcanzar el quórum necesario para los cambios de carácter constitucional. Esto producto del mismo efecto binominal, el crecimiento de la votación de derecha en las municipales, y agudizado además por el boicot tácito que las listas de Navarro y el PH promueven al levantar candidatos en los distritos que buscaban este propósito.

Entonces nos encontramos frente a una propuesta o promesa que tiene un escasa viabilidad de ser cumplida, al menos en términos de las expectativas que ellas mismas provocan, pues para reeditar un cambio como el que hiciera Lagos en su gobierno presentándolo como una nueva Constitución ciertamente ya no estamos disponibles.

Si miramos cada una de las candidaturas y vemos sus fortalezas y debilidades, la posibilidad real de avanzar en superar la Constitución del 80 se ve lejana, muy lejana. Por un lado tenemos a Jorge Arrate, que si bien ha instalado la necesidad de una Asamblea Constituyente y además a promovido la idea de una cuarta urna que consulte sobre esta materia, su candidatura no basta para realizar tal transformación, pues por un lado no es la más competitiva, aunque su respaldo ha ido en aumento producto de la consistencia y porte del candidato, la matriz de apoyo no es suficiente para ejecutar tal iniciativa, por más que sea el candidato más decidido a realizarla. El mérito de la candidatura de Arrate ha sido instalar el problema de la Constitución como un asunto serio de urgencia nacional.

El caso de Marco Enríquez-Ominami es diferente, si bien su performance le ha puesto como un candidato con opciones a pasar a segunda vuelta, más allá de las suspicacias que despiertan las encuestas y patrocinios de los medios de comunicación del establishment, su debilidad radica en el soporte político de su candidatura. Marco no es viable, es una candidatura sin contenido, sujeta por una variopinta gama de individualidades, desde izquierda a derecha, sin partidos sólidos ni bases programáticas creíbles, Marco descansa exclusivamente en su performance personal, el apoyo de los mass media y la crítica aguda a la Concertación y al candidato Eduardo Frei. MEO no basta para convocar a los chilenos a realizar tal transformación, aunque salga electo presidente.

Y finalmente tenemos a Frei, quien producto de la falta de carisma, las deudas que dejó su gobierno en la memoria de Chile y el desgaste de la Concertación, a raíz de los casos de corrupción, de la falta de proyecto y la falta de renovación de sus liderazgos, ha visto amenazada su reelección y por ello la continuidad de la Concertación como coalición gobernante. Sin embargo su candidatura tiene un plus, tiene tras de sí una fuerza orgánica y de entramado social que, desgastada y todo, es capaz de darle soporte a un gobierno, al menos en términos de gestión y eficacia, tal como lo ha hecho Bachelet, no en vano han sido 20 años gobierno y pueden seguir siéndolo, más allá de sólo limitarse a administrar el modelo y sostener un acento social que la derecha sería incapaz de darle al país.

Puestas las cosas así, ¿es viable un cambio de Constitución en el futuro cercano en nuestro país? Yo diría que resulta muy difícil, pero ciertamente no imposible. Cada uno de los tres candidatos no se basta a sí mismo para tamaña tarea, Arrate no tiene actualmente el respaldo social necesario para dicho proceso, MEO no tiene respaldo orgánico ni político necesario para darle viabilidad ni conducción a tal transformación y Frei cuenta con una Concertación desgastada y cuestionada en su credibilidad para liderar el cambio de Constitución. Esto es así ahora, enfrentados los tres en una disputa electoral que se ha banalizado y frivolizado, con excepciones como los gestos de Arrate a no farandulizar su campaña, el escenario electoral en Chile a desplazado los temas importantes y la posibilidad de un entendimiento mayor en virtud de satisfacer los ratings y las encuestas, sumándose a espectáculo cotidiano que la televisión y la prensa escrita nos tiene acostumbrados.

La única posibilidad real de generar las condiciones que puedan llevar al Chile del bicentenario a tener una nueva Constitución democrática es convocar desde ya a un amplio pacto social por la democracia, esto es, asumir que sólo mediante la convergencia de los tres proyectos que hoy postulan al gobierno es posible generar la sinergia necesaria para acometer tal histórica tarea. Quien sea capaz de poner tras de sí, superando las diferencias acumuladas hasta ahora, a todas las fuerzas democráticas en torno a un acuerdo de cambio constitucional, ya sea como Asamblea Constituyente u otro mecanismo que salvaguarde la proporcionalidad y representatividad de los chilenos y chilenas, será capaz de darle a Chile la Constitución democrática que necesita y se merece.

Frei no puede hacerlo con esta Concertación, debe reconocer que gran parte de la fuerza de MEO radica en el deseo de muchos chilenos y chilenas de superar a la Concertación o al menos renovarla de forma radical. Marco Enríquez-Ominami no puede hacerlo con una candidatura que sólo gira y se sostiene en torno a su figura, si más base que un grupo de voluntades diversas y hasta contradictorias entre sí. Jorge Arrate no pude hacerlo soportado por una izquierda limitada en su historia y derrotas.

Es conocida la frase que dice que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, podríamos entonces preguntarnos; ¿tendrá Chile el gobierno o el gobernante que se merece? Pero creo que el actual escenario y la necesidad imperiosa de superar el lastre que Pinochet nos dejó en la Constitución del 80 no obliga a realizar otra pregunta, esta vez a los candidatos; ¿tendrán nuestros aspirantes a gobernarnos la convicción, temple y coraje necesario para hacer lo que deben?

José Ortega Miranda

Santiago, 21 de octubre de 2009


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